CONTRATAPA del periódico dominical argentino Miradas al Sur- Edición Impresa
27 de Septiembre de 2009
Stella Calloni
El regreso a su país del presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, en estos días de septiembre y su refugio en la embajada de Brasil, desarmó un tablero pobremente armado sobre una presunta “salida democrática”, como serían las elecciones del próximo 29 de noviembre bajo autoridades ilegales, producto de un golpe de Estado, condenado en forma mayoritaria por la comunidad internacional.
De hecho, la resistencia del pueblo hondureño que se fue organizando y uniendo sobre la marcha de los acontecimientos, ha sido el más formidable y contundente “no” al golpe de Estado del pasado 28 de junio. Desde esa fecha hasta hoy, y contando con muertos, heridos, detenidos, sufriendo represiones, intimidaciones de todo tipo, el pueblo hondureño mostró al mundo una conmovedora decisión de resistencia en un país donde esto resulta infinitamente más encomiable, porque existe una ocupación militar extranjera.
A comienzos de septiembre el propio jefe del Comando Sur de Estados Unidos, Douglas Fraser, debió admitir que la base de Palmerola fue utilizada como puente aéreo para llevar fuera del país al entonces secuestrado presidente Zelaya.
Como contrapartida, el portavoz del Departamento de Estado Ian Nelly anunció en esos momentos la interrupción de una “gama de ayuda” económica a Honduras, aunque todo también navegó en la ambigüedad.
Después vendría el retiro de las visas para funcionarios del gobierno golpista y otras medidas, pero también la realidad tangible de condena al golpe que encabeza, sin duda, América Latina y que pudo observarse en estos días, cuando Zelaya llegó sorpresivamente a Honduras mientras comenzaba la Asamblea de Naciones Unidas, que no dejó respiro al golpismo.
Lo cierto es que tanto la voluntad de Zelaya de cumplir con lo que la población esperaba de él como la resistencia que no tuvo treguas han desbaratado el escenario del golpe, volviendo al comienzo de la situación, lo cual no deja de entrañar peligros ante la virulencia con que han actuado los golpistas.
El rápido movimiento de Zelaya, y detrás de él los países latinoamericanos, ante una encrucijada que aparecía sin salida, mostró una capacidad de acción que desconcertó a los sectores duros de Estados Unidos cuando creían haber encontrado un punto inamovible: los Acuerdos de San José, más impuestos que acordados, y las elecciones anticonstitucionales del 29 de noviembre.
Ese acuerdo fue orientado a calmar las contradicciones creadas dentro de Estados Unidos por el golpe, detrás del cual se perfilan las sombras del pasado, en los tiempos del esplendor neoconservador de los halcones.
Los Acuerdos de San José intentaban que los golpistas y sus espónsores no salieran tan mal parados. Pero, después de desafiar éstos a la comunidad internacional, incluso humillando al presidente Barack Obama y exhibiendo el verdadero trasfondo del golpismo, la situación los ha llevado nuevamente a un punto sin salida.
Cada paso que dieron, entre ellos los más violentos, sólo ayudaron a su deterioro, incapaces de contener la expresión de la voluntad popular.
En su desesperada carrera acudieron al símbolo más temible de los viejos golpismos: abrir un estadio para encerrar a los detenidos en los últimos hechos represivos, lo que trajo a la memoria del mundo lo actuado por el dictador chileno Augusto Pinochet en los años ’70. No se privaron de nada los golpistas quizá porque sintieron que sus protectores les aseguraban impunidad.
Esto también contribuyó a agudizar aún más las contradicciones internas estadounidenses, obligando a revelar posiciones y llevando las cosas a extremos que demandan definiciones que se hubieran preferido ocultar.
La insistencia de algunos medios, como el Washington Post, coincidiendo con los golpistas, repitiendo que la única salida son las elecciones del 29 de noviembre y desconociendo la existencia de un gobierno ilegal, cuando la comunidad internacional exige la restitución del legítimo, marca nuevos escenarios para el futuro de la región.
La dirigencia del Frente Nacional de Resistencia de Honduras manifestó en estas horas su esperanza de que, además de diálogos y negociaciones, se acabe definitivamente con el Acuerdo de San José. Plantean que no debe haber elecciones generales en estas condiciones, sino el retorno del mandatario a la presidencia, el cumplimiento de su tiempo presidencial y exigen la convocatoria popular a una Asamblea Constituyente.
El pueblo en las calles, en asambleas permanentes, en una situación de unidad de fuerzas nunca vista desde hace décadas en Honduras, toma decisiones y demanda, en un ejercicio que parecía olvidado.
En estos tres meses, los golpistas y sus asociados fueron descubriendo sus juegos y ahora giran al descubierto, tanto como sus apoyos internacionales.
En este caso América Latina debe estudiar el papel de las fundaciones extranjeras que operaron en Honduras en respaldo al golpe, como las que hicieron un trabajo de “entrismo” en las fuerzas armadas hondureñas a las que intoxicaron con informaciones falsas sobre una “supuesta expansión comunista” rayana en el delirio.
Esos argumentos fueron expuestos por el grupo de coroneles hondureños cuando viajaron a Washington para tratar de que el gobierno de Obama reconociera el golpe.
En el documento elaborado para el Pentágono, titulado Análisis de las Fuerzas Armadas sobre la cuarta urna, los militares hondureños rescatan argumentos de la Guerra Fría atribuyendo a los gobiernos agrupados en la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) “planes comunistas” y también de plantear la “desaparición” de los ejércitos.
Eso fue transmitido desde la oficialidad al último soldado hondureño para lograr “la obediencia” debida necesaria y actuar –como lo hicieron– contra una población indefensa. La inspiración del Documento fue la Fundación UnoAmérica, creada en Colombia en diciembre de 2008, integrada por las más duras facciones de derecha y los ex militares de las pasadas dictaduras en el continente, que se adjudican el “mejor” apoyo a los golpistas de Honduras. La misma UnoAmérica que se reunió en estos días de septiembre en Buenos Aires.
Sin esos apoyos externos que confluyen con la presencia militar extranjera, los golpistas hondureños ya habrían abandonado el país ante la ofensiva popular. Y por eso también el gobierno ilegal que encabeza Roberto Micheletti se atreve nuevamente a impedir la visita de los cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) decidida el último 25 de septiembre, ante lo cual –y como parte del juego para continuar alargando la situación– el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, a su vez, se rehúsa a viajar a Tegucigalpa.
La paciencia de todos se va agotando, pero los que están detrás del golpe han apostado demasiado y no son de los admiten una derrota sin intentar una “lección” contundente para disciplinar a un país y a una región en rebeldía. Mucho se juega en Honduras, pero lo esencial es responder a un pueblo que está escribiendo una de las más singulares historias de resistencia, y de esto sí no se vuelve atrás.