Por: Gabriela Arguedas
Honduras vive desde hace más de mes y medio inmerso en una pesadilla. La estrategia del golpe político-militar que provocó la ruptura del orden constitucional marca un nuevo estilo para trastocar el Estado de Derecho y la voluntad popular. Estrategia, en mi opinión, quizá más retorcida y difícil de derribar puesto que en ella participan actores de todos los poderes de la República.
Estos acontecimientos se limitan, en el imaginario de muchas personas, al recuerdo de Zelaya vistiendo pijamas en un aeropuerto costarricense. Ese bizarro funcionamiento de la memoria colectiva es aterrador, pues invisibiliza la dramática situación vivida, durante más de 45 días, por miles de mujeres y hombres que se niegan a bajar la cabeza ante las arbitrariedades y la violencia golpista.
Estamos frente a un hecho que va más allá de los gustos ideológicos y sutilezas jurídicas: el presidente electo democráticamente por el pueblo hondureño es Manuel Zelaya. El régimen liderado por Roberto Michelleti es ilegítimo, inconstitucional. Esa es la voz unánime de los organismos internacionales. Dicho y repetido por todos los presidentes y las presidentas de los países que conforman la OEA, el restablecimiento del orden democrático-constitucional pasa, necesariamente, por el regreso de Zelaya a la Presidencia de Honduras.
Esto estaba previsto en la negociación que coordinó Oscar Arias y ha sido enfatizado por la Secretaria de Estado Hillary Clinton. Sin embargo, Michelleti tiene mes y medio sentado (muy sentado) en la silla presidencial. El Congreso sigue aprobando leyes, aunque está prácticamente vacío. Han sido cesados funcionarios y funcionarias que fueron nombrados bajo el mando de Zelaya, incluyendo a la jerarca del Instituto Nacional de la Mujer, en cuyo puesto fue nombrada María Marta Díaz, quien representa el retroceso automático de todas las reivindicaciones por las que han luchado, históricamente, las mujeres en Honduras y en el mundo entero.
Cerco de silencio. Pero esto, que ha circulado ampliamente en todos los medios de comunicación fuera de Honduras, no es lo peor. Lo perverso es el uniforme silencio mediático y político, salvo contadas excepciones, en relación con la brutalidad con la que este régimen ha reprimido toda manifestación anti-golpista. En estos momentos el disenso se responde con intimidación, garrote, gases y balas. La libre expresión en la Honduras de hoy se equipara con delito. Y quienes quisieran denunciar estas violaciones de los derechos fundamentales no tienen instancia a la que puedan recurrir. El Comisionado de Derechos Humanos de Honduras, Ramón Custodio, es abiertamente cercano al régimen de facto. Así como la jerarquía de la Iglesia Católica, las cúpulas de las iglesias evangélicas, las asociaciones de alto nivel empresarial y los más grandes medios de comunicación.
Pero es evidente que esta convulsa situación socio-política no se puede encubrir, ni siquiera con un (exitoso) partido de fútbol. Precisamente, el mismo día del enfrentamiento deportivo, la policía y el ejército hicieron gala de maniobras ochenteras, desempolvadas para atormentar al movimiento de resistencia. Decenas de personas resultaron heridas de consideración, centenares fueron golpeadas, no hay números claros sobre la cantidad de detenidos y, además, los militares dejaron a su paso una autonomía universitaria mancillada, para terminar de componer el saldo.
Indoblegable repudio. Aun así, el pueblo hondureño ha demostrado, a través de estos largos días de dignidad (a prueba de armas de fuego y gases irritantes), que no hay sedante capaz de silenciar las voces que repudian el secuestro de la democracia constitucional. Ni siquiera ataques selectivos y simbólicos, como el arresto arbitrario de los hijos -menores de edad- de la conocidísima cantante hondureña Karla Lara.
Y no nos confundamos. No se trata de una defensa a Zelaya como persona, ni se busca ensalzarlo, convirtiéndolo en figura mesiánica. Para nada. Se trata de demostrarle al poder económico-político que Honduras, y con ella Centroamérica, no quiere seguir repitiendo la historia. Ya mucha sangre, muchas vidas se perdieron para demostrar que la única vía posible es la democracia y que es nuestra voluntad –la voluntad centroamericana- que así siga siéndolo.
*Profesora universitaria y asesora legislativa.
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