martes, 28 de julio de 2009

Cruces México - Honduras: una reflexión con vendas

En la provincia de Olancho hay montañas verdosas que parecen devorar el olvido. Infinitas libélulas habitan esos campos luminosos. La región es célebre por sus aportes a la agricultura hondureña y su tradicional festival de poesía durante el cual decenas de bardos leen en una ceremonía cálida e incansable que le abre las puertas al mundo. Un artista tras otro, un estilo al que le sigue muy diferente; una voz que se parte y otra que la compone. Poetas de dulce, sal, olas, montañas y lluvia o distancias sin flores.

Viajé a Honduras hace unos años. Tuve el honor de leer poemas de mi libro Todo es edad editado por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Yo era entonces una joven que no entendía bien la recepción que esos versos en el público. En mi país era imposible la existencia de un festival de esas características. Ni qué decir de la atención de los presentes. "Esto no ocurre en México. Ahí nada más los poetas oficiales, los que siempre ganan premios, tienen oportunidad de leer para públicos más nutridos", pensaba. Y eso que la poesía es la más fea del cuento literario, la que nadie quiere porque no es fácil de entender y además no vende.

En Centroamérica, sin embargo, la poesía es otra cosa. Allá sí la respetan porque se sabe que la literatura cauteriza las pústulas más hondas de la barbarie cuya alta marea siempre retorna. El arte es una catarsis urgente y gracias a él la humanidad no se ha quebrado por completo. Pero sólo los países que han padecido golpizas con nombre y estrellas por signo, lo entienden a cabalidad. Honduras es una nación cuya historia es la huella de un devenir siniestrado por el colonialismo salvaje.

Ahí, donde los toques de queda con sus violencias multifactoriales impiden la soberanía así como el ejercicio de una verdadera transición a la democracia, el canto también es un vehículo de resistencia. Hay que estar ahí para creerlo. Hay que comer, beber, bailar, observar y escuchar a los centroamericanos para olvidar el orgullo imperialista que desde el Norte nos enferma. Digamos la verdad, al mexicano promedio no le importa lo que ocurre al Sur. Su mirada carece de solidaridad y sofisticación. Grave. Hundido en sus relaciones esquizofrénicas con la muerte, sus lambisconerías yanquis, sus complejos inferioridad enjaulados en melancolías informes, los mexicanos sobreviven de crisis en crisis gracias a la ayuda de las televisoras y el fármaco visual que suministran a los millones de televidentes haciéndoles creer que la realidad cuesta el anuncio de los comerciales. Mientras esas drogas llamadas telenovelas, realitys o concursos que pueden volverte millonario en un tris, se consumen, la verdadera guerra justa que no utiliza armas de fuego, pero sí la resistencia discursiva y práctica de los pobres que son violentados por reclamar el regreso de su presidente, se lleva a cabo en Honduras.

Así que la conclusión es simple por cómoda: acá nos están volviendo más y más pobres en medio del combate sangriento que libra el narco, pero que no importa si la selección le gana cinco goles contra cero a Estados Unidos. En contraste allá en Honduras están aniquilando a los que se atreven a protestar cuando son golpeados poltícamente. De un acto cobarde que se anunció como medida preventiva para que Honduras no se "bolivarizara", se ha pasado a una guerra alevosa, cruenta y con dejos pinochetistas. Se ha reportado que cerca de la frontera entre Nicaragua y Honduras, los militares que apoyan al gobierno de facto ya hasta tienen un estadio acondicionado para detenciones, torturas y lo que venga. De hecho el actual estado de sitio que atenta contra los derechos humanos es una muestra más de la profunda estrategia golpista que gana tiempo y esconde la cara de los verdaderos culpables.

Dentro de este marco los correos electrónicos se saturan, las informaciones que denuncian una acción inmediata y del país más poderoso del mundo, así como la ayuda internacional para que cesen las persecuciones selectivas y las vejaciones a la población civil, no se hacen esperar. Pero mi reflexión que intenta no pecar de pesimista sabe que pocos mexicanos se solidarizarán con Honduras porque no han sido capaces de resisitir frente a Televisa, la derecha más oscura que dirige el PAN o el PRI demoníaco. La victoria brutal de este partido en las pasadas elecciones fue una respuesta temerosa que castigó al blanquiazul más torpe de nuestra historia. Pero también fue la reacción de un pueblo traumatizado que regresa sumiso con el amo engañoso que lo mantuvo con empleo blando y demagogia tranquilizadora.

Somos una sociedad maltratada, ultrajadísima por la oligarquía que pactó desde hace mucho con el narcotráfico, por empresarios que sólo necesitan el permiso de dejar pasar y dejar hacer sin que importe el bienestar social. Somos un pueblo como Honduras, pero tal vez con heridas más serias. Nos han golpeado sistemática y preventivamente desde hace mucho. La cáida del sistema de 1988, el voto del miedo cuando ganó Ernesto Zedillo y el fraude a ojos vistos del que se enteró todo el mundo en 2006, son palizas de las que no nos recuperaremos muy rápido. Agreguemos las crisis de lo que va en 2009, los seis millones de nuevos pobres que en verdad no tienen para comer, el alza de un cuarenta por ciento del desempleo, la influenza, las matazones en Chihuahua, Tamaulipas, Guerrero y Michoacán. Incluyamos las desapariciones de periodistas, los femicidios y el nuevo muro que levantó Canadá para los mexicanos que huían, ¿qué nos queda?

Por eso deberíamos darle la mano a los países que también sufren y pedir que nos extiendan la suya naciones que con el imperio en contra se aventuran buscando alternativas de otro tipo. Países más pequeños a los que nos gusta humillar en el fútbol, ante los que nos sentimos poderosos abusando de su necesidad. No nos damos cuenta de que no hemos sido capaces de burlar un toque de queda ni de protestar arriesgando la vida. No nos percatamos de que ya nos somos aquellos, de que el mundo ha cambiado para mal. Deberíamos soltar nuestro sueño americano porque éste nos nos llevó más que al abismo. Adoptar un sueño cierto, menos inflamado de parafernalias primermundistas que no nos corresponden. Hablo de una ilusión concreta, utópica y no por eso imposible porque la utopía no es una palabra que designe a lo que nunca podrá ocurrir, sino a la energía transformadora que sí orienta el destino de las naciones con rumbo a panoramas menos bárbaros. Nos urge cambiar y antes de perdonar, entender. Acercarnos a los otros sin miedo de rebajar la herecia azteca que malamente nos define. El cuerpo está ahí, como dijo Felipe Calderón, no con el apéndice dañado, pero sí con cáncer. Con todo, yo no soy tan pesimista. Creo en el arte, en las montañas de este país, en sus artistas como curanderos que urgen. Para mí que México sangra, pero no agoniza a pesar de todo. Los recursos de este país como los de Latinoamérica son inagotables; la gente, si se uniera, no tendría límites. Con libros, vendrían los empleos. Con literatura, las reflexiones. Lo necesitamos es poesía para detener las hemorragias.

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